lunes, 22 de marzo de 2010

Un poco de humor absurdo: las paradojas de Bolonia

Daniel J. García López (Becario de investigación. Área de Filosofía del Derecho)


Hace ya bastante tiempo que unos desaprensivos que se hacen llamar “filósofos” pululan por mi casa, me arrebatan las horas del día y, en ocasiones –más de las que una personal racional aceptaría-, las de la noche. Sin embargo, después de una agotadora lucha contra algún libro incomible, me gusta relajarme viendo películas a las que algunos llamarían de humor absurdo o, incluso, simplemente absurdas. Disfruto casi más viendo conducir su mini a Mr.Bean que leyendo la “Crítica de la razón pura” de Kant; la música que suena cuando Benny Hill persigue a alguna mujer suelo recordarla con más rapidez que algunos de los pasajes más famosos de “El Capital” de Marx; y, cómo no, prefiero cien veces los diálogos de los Monty Python que la dialéctica de Hegel.

Pero hay algo que me llama la atención de este humor absurdo: la paradoja de la risa enlatada. Cuando Mr.Bean hace alguna de las suyas suele escucharse una risa proveniente de unos sujetos que no vemos. Esto es la risa enlatada. Pero esta risa tiene algo de terrible: la televisión se ríe por mí. Como aquel reloj al que nos regalan, no el que nos regalan, de Julio Cortázar (“Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”), la risa enlatada nos arrebata nuestra pasividad. Yo río o lloro a través de otro; un otro sin rostro, un otro en la distancia. Esto también vale para las creencias. Sobre este tema hay un artículo muy interesante del filósofo Slavoj Žižek: Will You Laugh for Me, Please?.

Esta paradoja -en la que no es el reloj el que me regalan, sino que yo soy el regalado para el cumpleaños del reloj; en la que no soy quien se ríe, sino una televisión que lo hace por mí-, esta paradoja, como digo, se me antoja similar a lo que ocurre con el proceso Bolonia. No nos dan un nuevo sistema educativo, sino que somos nosotros los que somos dados al sistema. No nos crean nuevos planes de estudio, sino que se ríen por (y de) nosotros. En fin, se trata de una terrible paradoja. Permítanme poner algunos ejemplos.

Desde hace un tiempo hay un video en youtube que está recibiendo miles de visitas. En el video se ve al que fuera decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Vigo, Juan Carlos Mejuto, explicando de una forma tajante lo que significa el proceso Bolonia: lo que ser muy mal, permanecer todo igual y ahora ser excelente (se trata de un fragmento de la canción “Cuervo ingenuo” que Javier Krahe dedicó en 1986 a Felipe González por entrar en la OTAN; esto mismo podríamos decir en cuanto a la posición que el actual Presidente del Gobierno tiene sobre la Universidad respecto al discurso dado el 21 de noviembre de 2001 en el paraninfo de la Universidad de Sevilla y las prácticas realizadas una vez llegó al poder). El punto clave es la inflación: hay demasiados licenciados y no es posible establecer un criterio diferenciador a la hora de contratarlos, por lo que se inventa Bolonia y los másteres. Con el anterior sistema, una licenciatura tenía 300 créditos, por lo que a 10 horas el crédito nos da un total de 3000 horas de clase. Con Bolonia, un grado tiene 240 créditos a 12,5 horas de clase presencial el crédito –realmente son 25 horas el crédito, pero presenciales sólo la mitad- hace un total de 3000 horas de clase. Nada cambia. Realmente algo sí que cambia: antes el crédito valía 11 euros, con Bolonia vale 24 euros el crédito (en primera matrícula; segunda y posteriores los precios se multiplican). A esto hay que sumar, o más bien restar, que se acorta en un año la carrera, es decir, pasamos de 5 años a 4 años, con lo cual la Universidad se ahorra un año a 11 euros el crédito y suma dos años a 24 euros el crédito. Es decir, es lo mismo que había antes pero más caro.

Otro ejemplo lo tenemos en cómo repartir el botín entre las facciones. Lo que viene a continuación seguramente siente mal a muchos profesores. Pero no deben de dejar de tener presente que ante todo pretendo utilizar la ironía. Quiero hablar ahora de la elaboración de los nuevos planes de estudio adaptados a Bolonia. Y lo quiero hacer utilizando la guerra de guerrillas –podría hacerlo algo más dulce como el reparto del pastel, pero sería demasiado indulgente-. Lo diré claramente: la elaboración de los nuevos planes de estudio está consistiendo en repartir un botín llamado crédito entre las diferentes facciones (llámese “escuelas” o, simplemente, poder) que encontramos en una Facultad. No se trata de ser más competitivos, más europeos, más excelentes. No, no se trata de eso. Se trata de poder. Se trata de qué votos (en las comisiones encargadas de elaborar los nuevos planes de estudio) necesito para sacar adelante este botín. No importa el criterio científico (por ejemplo, se parte una materia en varias asignaturas, se pone en los últimos años materias que deberían ir los primeros cursos por ser de carácter general, recobran vida materias ya ampliamente superadas, se crean asignaturas de especialización para el grado cuando deberían ir en el máster, se eliminan asignaturas que son comunes en la Unión Europea, etc.), no importa quiénes van a recibir la formación. Lo que importa, y esto es lo temible, es cuántos créditos voy a conseguir para mi facción. Pues ya se sabe que cuántos más créditos, más poder, y cuanto más poder, más favores que recibir y devolver. Lamentablemente, sin estos favores no eres nadie en la Universidad.

En fin, confieso que me encanta el humor absurdo. Tan absurdo que con solo apagar la televisión se desvanece. Pero esto no ocurre con Bolonia. Se ríen por (y de) nosotros porque son ellos, cómo no, los que conocen qué es lo mejor para nosotros. Para qué preguntarnos. Los estudiantes valemos menos que el reloj que lucen en el banquete tras el reparto del botín. Sólo espero que no se les atragante y exploten salpicando su sucia grasa como el gordinflón de El sentido de la vida de los Monty Phyton.