En 1989, en un discurso ante el Parlamento Europeo, el entonces Presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, tenía unas palabras para la Universidad y para los estudiantes del entonces aún joven Programa ERASMUS; los llamaba “militantes de esta quinta libertad, tal vez la mas importante, la libre circulación de ideas”.
Europa, es cierto, siempre ha esperado mucho de la Universidad. Fuertemente imbricada en la historia europea, la Universidad fue evolucionando con los siglos, alejándose de su tradicional concepción elitista para forjarse una nueva identidad.
Al ritmo que marcaban los engranajes de las revoluciones industriales fue abriendo sus puertas a un número cada vez mayor de personas. No temblaron los pilares del sistema cuando la juventud enfurecida exigió “¡el hijo del obrero, a la Universidad!”. Al contrario, tal parecía más bien la consigna de un capitalismo que, ya maduro, necesitaba de forma creciente de mano de obra cualificada.
La Universidad, tan llena de paradojas, nunca perdió su institucionalizado espíritu crítico, tan perfectamente coherente con la matriz cultural hegemónica en la Europa moderna. En España, tanto como en el resto del continente, fue un importante agente transformador, es cierto, aunque los cambios no siempre fueron tan lejos como proferían las octavillas editadas a ciclostil, o como se permitían anunciar los profetas de la revolución. Para bien o para mal.
Su arrollador potencial transformador, eso si, fue desde siempre percibido. A veces con desconcierto. Algunos de quienes protagonizaron la rebelión del 68 acabaron recortando sus barbas cuando alcanzaron honores en Bruselas. Otros llegaron a abjurar de un capítulo, éste, de la historia europea con el que no siempre llegaron a simpatizar del todo. Pero unos y otros conocieron de lo que la Universidad era capaz.
Quizá por eso Jacques Delors, como tantos otros políticos europeos, han acabado poniendo a nuestra institución en un posición nuclear dentro del –permítaseme la expresión, quizá algo gastada- proceso de construcción europea. La Universidad puede ser la institución clave del futuro de una Europa, ya desde la declaración Schuman, de acusados perfiles económicos.
Europa, como proyecto, necesita pues de nosotros. La Universidad ha sido siempre motor del cambio, y es cierto que Europa necesita cambiar muchas cosas dentro de las sociedades de los países europeos para ser un proyecto viable. Europa ha dibujado un horizonte plagado de conceptos novedosos que exigen, para ser impulsados, un esfuerzo generacional. Desde la supranacionalidad al plurilingüismo, pasando por la flexibilidad y algunos otras ideas menos vistosas. Del comportamiento de los universitarios hoy dependerá que se alcancen o no los numerosos objetivos de la Unión, muchos de los cuales, en su actual formulación, no parecen del todo deseables. Al fin y al cabo “somos el futuro” en un sentido mucho mas inquietante de lo que solemos pensar.
Queda por responder, por tanto, una cuestión. La de si la comunidad universitaria será capaz en esta ocasión de entender el papel de protagonista del que se le ha investido. La de si asumirá la responsabilidad de tratar de hacer un uso autónomo de ese poder en medio de este proceso, dirigiéndolo hacia otras inquietudes y sensibilidades; o si por el contrario se contentará con ser mero vehículo al servicio de un proyecto diseñado desde muy lejos y muy arriba.
Lo cierto es que “la Universidad”, en sí, nunca ha sido tan rebelde como se ha solido pretender. Pero si que lo han sido, en ocasiones, los universitarios.
Pablo Castillo
Miembro de la P.U.A
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