lunes, 5 de marzo de 2007

La enfermedad de la anquilosis: el Espacio Europeo de Educación Superior y la Licenciatura de Derecho

Daniel J. García López

Estudiante de Derecho, Universidad de Almería


“Si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a pensar por sí mismos; y si empezaran a reflexionar, se darían cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabarían barriéndoles. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia”.

Con esta contundente sentencia G.Orwell hablaba sobre la antiutopía de la ignorancia en su libro 1984, allá por 1949. Y es que la ignorancia del pueblo, del ser humano, es la fuerza del déspota, del dictador:

“La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza”.

Un pueblo que no conoce su historia (memoria histórica) es un ente sin identidad, carente de cualquier criterio de valoración, arrojado a las garras de la vorágine consumista de la dictadura del capital.

Hace ya algunos siglos, tras superar el “efecto mil”, surgió allá por el Norte de Italia la primera Universidad del mundo occidental, especializada en Derecho. Hoy día, superado el “efecto dos mil”, Bolonia vuelve a estar en boca de ¿todos? Si en sus inicios pocos podían acceder a los estudios universitarios dominados por el clero, ahora nos enfrentamos con el eterno retorno: el clero empresarial y la religión del consumismo. Pocos saben qué es eso del Proyecto Bolonia, el Espacio Europeo de Educación Superior o los extraños ECTS. Un proyecto gestado en “los altares” sin contar con el pueblo, con los estudiantes. No voy a hablar de todos los problemas que acarrea este “nuevo mercado”, por ello me centraré en un punto: La Licenciatura de Derecho.

Curso la Licenciatura de Derecho con el plan de 1953, 25 asignaturas anuales, sin créditos, ni optativas. De esas 25 asignaturas, sólo dos tienen carácter humanista: Teoría del Derecho (el mal llamado “Derecho natural”) y Filosofía del Derecho. Ahora, con la mercantilización de la universidad, pretenden suprimir las asignaturas de filosofía (o al menos reducirlas), pues no son “rentables”, no producen “imbecilización” en el sentido de Orwell, potencian mentes críticas y para el mercado eso es una bomba de relojería. Si las cosas van como parecen, es decir, si seguimos en este estado de infantilización, los licenciados en Derecho serán meros peritos aplicadores de la ley, seudo-ingenieros jurídicos. Acríticos positivistas al servicio de la lex mercatori, con traje y corbata. No se plantearán el derecho dado, pues éste reflejará la ideología que la minoría que ostenta el poder imponga y cuestionarla sería una herejía. No habrá lugar a la reflexión más allá del silogismo lógico jurídico –muchas veces erróneo— creador de falacias naturalísticas. Llegará el reino ontológico de la inmutable mutabilidad. Las ideas serán tomadas como (juicios de) hechos. Un sistema que se demuestra a sí mismo, revalorizado por una élite económica que será la única que podrá acceder a los postgrados en este Espacio Europeo de (des)Educación Superior, salvo, claro está, si uno tiene la osadía de hipotecarse con las becas-crédito o cobijarse en las Empresas de Trabajo Temporal, refugio y a la vez, bombardero.

La dilatación de la cultura y el pensamiento científico en Europa puede acarrear, entre otras, dos consecuencias: la amplitud de su campo de irrigación o, antitéticamente, la anquilosis.

La primera de estas consecuencias lleva consigo la democratización de la sociedad, puesto que la cultura, como derecho, evita el pensamiento único, el absolutismo, y produce el pluralismo propio del Estado social y democrático de Derecho. Ampliar la percepción visual hace que podamos ver más cosas, que nuestro pensamiento crítico florezca; limitarnos con un catalejo cuando somos (nos imponen ser) miopes, produce dolor de cabeza. Decía Freud, entre sueño y sueño, que la función de la cultura (del arte) en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe. Por ello podemos decir que la cultura nos otorga dignidad, nos da caminos, en expedición kafkiana, a la verdad, es decir, a nosotros mismos.

A sensu contrario, la otra consecuencia produce inaccesibilidad, falta de movimiento, paralización mental e imposición de la “verdad”. En las experiencias absolutistas, desde las rancias monarquías medievales hasta los que propugnan la dictadura del proletariado, pasando por generalísimos y emperadores de sotana y báculo, se ha dicho lo que se podía y no se podía leer, lo que se podía y no se podía pensar, quemando (en sentido figurado y literal) lo prohibido y a quien osara decir “lo contrario”. Un Espacio Europeo que no sólo impondrá, sino que hará sentir al pueblo como parte de él, como un engranaje más en la cadena de montaje weberiana.

Pero los tiempos cambian o las revoluciones se encargan de ello, y la reconstrucción de la razón es un hecho y un deber. La cultura poco a poco deja de ser periférica, de unos pocos, para ser de todos. El humorista Groucho Marx nos dijo, en una entrevista, que la televisión (pan et circenses) ha hecho maravillas con la cultura, puesto que en cuanto alguien la enciende “me voy a la biblioteca y leo un buen libro”. Lamentablemente los anaqueles de las bibliotecas dejarán paso a los stand de ventas de productos: los/las estudiantes.

Llegarán los tiempos en que, como el animal kafkiano, se arrebate el látigo al amo y nos fustiguemos nosotros mismos para convertirnos en amos, fantasía de un nuevo nudo en la correa del látigo. Eso sí, nos darán alcohol (en todas sus acepciones y grados) para cicatrizar nuestras heridas.

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